[Columna] «Y será hermoso», por Ana Lamas Aguirre.

Hubo un tiempo en que los ojos del mundo estuvieron puestos sobre nuestro país Chile. Un tiempo en que un  presidente llamado Salvador Allende llegó a La Moneda con  su larga trayectoria como luchador social. El “compañero presidente”, como le llamaba el pueblo, encabezaba un proceso revolucionario por la vía pacífica y en democracia, un proyecto transformador, creativo, inédito, admirado y aplaudido por los sectores más conscientes y sensibles de la humanidad.

Han transcurrido décadas y, hoy, nuevamente el mundo nos observa con expectativas, emoción, solidaridad, indignación y rabia. Hoy otro mandatario esta en La Moneda, Sebastián Piñera, empresario sin escrúpulos y dueño de una de las más grandes fortunas del mundo, se ha hecho internacionalmente reconocido como el Presidente mentiroso, ladrón y corrupto, y su gobierno como uno de los más brutales, represivos y violadores de los Derechos Humanos de América Latina.

A dos años del estallido social del 18 de octubre de 2019, y a 48 años del golpe militar fascista, resuena el metal tranquilo de la voz de Allende quien de manera visionaria y profética en sus últimas palabras  le decía al pueblo : “… mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.

Allende no estaba equivocado. El pueblo está ahora, por fin, abriendo las grandes alamedas para construir una sociedad mejor, y transita por tres vías principales: la nueva Constitución, la movilización sostenida y la disputa electoral.

Pero los grandes poderes económicos, los que entraron a saco a la moneda en 1973, los saqueadores del país, sus herederos y testaferros, no se quedan de brazos cruzados. Por el contrario, defienden sus privilegios echando mano a cuanta argucia y artimaña están a su disposición, pero principalmente a la represión brutal y a la manipulación mediática. En su infinita codicia y deshumanización, reprimen al pueblo a mano armada, encarcelan, violan, torturan y revientan ojos. ¡Pero ellos, horrorizados, condenan la violencia!

Financian sus empresas con los ahorros de las y los trabajadores, roban, malversan caudales públicos, evaden impuestos, negocian en paraísos fiscales, coimean parlamentarios y autoridades. ¡Pero ellos condenan la violencia!

Lucran con la educación, la salud, la previsión social y la vivienda, precarizan el empleo y mercantilizan los derechos sociales. ¡Pero condenan la violencia!

Pero no condenan la violencia estructural, la que es propia e inherente al modelo, porque son ellos quienes la ejercen, violencia que les permite mantener a buen recaudo sus inmensas fortunas. Condenan la violencia y mienten. Ocultan la historia y no dicen que, a lo largo de dos siglos, las elites de este país, sus ancestros primero, y luego ellos, han venido construyendo un Estado profundamente enraizado en la violencia. Un Estado levantado a fuerza de genocidio, de exterminio de pueblos originarios, de eliminación de culturas ancestrales, de guerras de expansión y despojo territorial, de matanzas de obreros, de golpes de Estado y dictaduras militares, de tortura, de exilio, de miseria forzada, de negación de justicia, de conculcación de derechos, de poderes fácticos y de prisión política. De guerra interminable contra el pueblo mapuche que lucha por recuperar su tierra arrebatada. De corrupción institucional, de violencia física, de violencia económica, social, cultural y política. De aberrantes desigualdades sociales, de homofobia, de xenofobia, de patriarcado y discriminación a la mujer, de abandono a los adultos mayores, de desprotección a la infancia.

Las y los trabajadores conocemos la violencia de la subcontratación, de las condiciones laborales inseguras, de los contratos precarios, de la explotación, del acoso laboral y los abusos patronales, de los salarios miserables, de las maniobras antisindicales, de los despidos injustos, del desempleo, de la vulneración a nuestros derechos de sindicalización, negociación colectiva y huelga.  Esa es la violencia del sistema, la violencia estructural, la violencia de los ricos y poderosos. La violencia que institucionalizan en ley antibarricadas, en ley antiencapuchados, en ley antiterrorista. La violencia que ejercen, pero callan y silencian. La violencia cuyo único propósito es proteger sus privilegios y aplastar la legítima protesta social.

Pero el pueblo ha despertado, se ha levantado, se defiende y no está dispuesto a volver atrás. Ha dado un salto cuantitativo y cualitativo en la lucha de clases. Y en una demostración palpable del poder transformador del pueblo movilizado, construirá un Chile nuevo, no violento, no represor. Un Estado realmente democrático en todo el profundo y amplio sentido de la palabra. Y será hermoso.

  • Columna escrita por Ana Lamas Aguirre, Secretaria General de la Confederación de Trabajadores del Cobre, y Presidenta de la Federación de Sindicatos El Salvador.
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